viernes, 15 de agosto de 2008

A un olmo seco

Este es uno de los poemas (sino el que) más emotivos de Antonio Machado.

Lo compone el 4 de mayo de 1912, con 37 años, cuando su mujer Leonor llevaba casi un año luchando contra la tuberculosis, de la que finalmente murió 3 meses después a la temprana edad de 19 años.

Machado daba paseos por Soria, en ocasiones con su mujer, y en su recorrido veía un olmo junto al Duero, seco, moribundo.

En el poema, Machado compara al olmo con el estado de salud de su mujer y con su propio ánimo, y todavía espera un milagro que recupere la salud de Leonor, queriendo ver en ella una leve recuperación (inexistente) que sí se había producido en el olmo, del que habían brotado algunas ramas nuevas con la llegada de la primavera.

Sabiendo esto, la lectura del poema sobrecoge.


A un olmo seco.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

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